sábado, 8 de agosto de 2015

La libertad y la traquilidad no tiene precio.




La libertad no tiene precio. La vida no tiene precio. La tranquilidad no tiene precio.

Nadie tiene derecho a lastimarnos ni a  hacernos sentir mal.  Nosotras las mujeres necesitamos fortalecernos, hacer sentir que nadie nos puede  hacer daño. Muchas veces la  vergüenza gana la batalla,  y callamos creyendo que es la mejor manera de afrontar un problema de violencia familiar.

En realidad quienes pierden en la batalla son los hijos,  futuras víctimas de la violencia, ya sea  como agresores o agredidos.

Hay un dicho popular que dice: No  hay primera sin segunda. Si a la primera  no nos paramos para defendernos, ya fuimos,  vendrá la segunda, no hay duda.

Pero que  hacer: ¿hablar  con el agresor?  ¿Informar a la familia? ¿Acudir a las autoridades? ¿Defendernos cuerpo a cuerpo con el agresor?, etc., etc.  Las estadísticas no dice que la forma de evitar la violencia es primero controlar el miedo y el temor. Hacerle frente,  denunciarlo,  no importa el que dirán, solo debe importar que nosotras no queremos ser parte de la estadística de las mujeres maltratadas. No es fácil.

Considero que la única respuesta válida, es que las únicas que podemos controlar y permitir cualquier acto de violencia somos  nosotras mismas,  nadie más.

En la foto estoy en Los Peroles de Canchaque- Piura.



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